Jesús Alonso Olveira - Argentina Mundo / España - Gallego de Finisterre

Tras lo relatado de mi tierra, Finistirre y A Coruña, ahora toca recordar la partida desde Vigo y las primeras vivencias al llegar a Buenos Aires, en Argentina. En la ciudad de las Rías Baixas en la provincia de Pontevedra nos alojamos en una pensión, luego de bajar el equipaje del camión y acomodarnos en un cuarto. Estaríamos ahí hasta embarcar en el Monte Udala que aún no había arribado, lo haría dos días después de nuestra llegada a Vigo .No salimos de la pensión hasta que fuimos a embarcar, porque mi madre no tenía dinero para llevarnos a pasear y además no conocíamos a nadie y el ambiente nos era desconocido; pienso que a los demás pasajeros que estaban en la pensión con el mismo fin que nosotros les pasaba lo mismo, juntándose todos a la tarde en una partida de brisca para matar el tiempo ante la mirada indiferente de los habitúes de la pensión. Además ya en esa época se estaba terminando la emigración de ultramar y Europa comenzaba a salir del desastre de la Segunda Guerra Mundial.
Por Jesús Alonso Olveira
Atracado ya el barco en el puerto y bajada la planchada, a continuación se dio la orden de embarcar. Nos pusimos a caminar por la planchada hacia el interior del barco, fuimos de los primeros, la ansiedad de mi madre no le permitía demorarse. Eran cerca de las doce del mediodía y la salida recién sería a las cinco de la tarde. Luego de de acomodar el equipaje, presentar los papeles y conocer el camarote designado para nosotros, nos fuimos con mi madre a cubierta. Llegada las cinco de la tarde, el barco, tras tres toques de sirena, fue soltando amarras y lentamente se fue alejando del puerto.
Ya en plena y alta mar y haber pasado tres días con sus noches dentro del barco, comenzamos a acostumbrarnos a dormir oyendo el ruido del mar fundiéndose con el ruido de la máquina del barco y familiarizarnos con los demás pasajeros. Quedaban aún trece o catorce días de viaje hasta llegar a destino. La travesía había comenzado a ser familiarmente rutinaria. Cierto día y leyendo el libro que Don Alfonso, mi maestro en Finisterre, me había regalado para que fuese leyendo en el viaje, encuentro entre sus páginas un papel prolijamente doblado. Lo desdoblo y leo "La mosca es un insecto"... Don Alfonso ¿La mosca es un ave o un bicho? le pregunté tirándole de la chaqueta para que se inclinara y con la mano al costado de mi boca, en voz baja `¿Qué? ¡La mosca es un ave o un bicho!? ¿Quién te dijo eso?´ `¡¡No digo yo!!´ (No iba a descubrir a mi amigo Ramón) `¡NO… es un insecto!´ `¿Un qué!!?´ `Mira, mejor te lo escribo: "La mosca es un insecto" ¡toma!´, dándome el papel que guardé cuidadosamente en mi bolsillo para mostrárselo a la salida de la escuela a Ramoncito. No pudo ser, se largó a llover continuando así hasta el día anterior a nuestra partida, olvidándome del asunto. ¡¡Ah pero tu sabías que era un insecto ¿Verdad!!? Simplemente querías despertar mi curiosidad logrando de esa manera para que aprendiera más (si eras el complemento ideal de Don Alfonso).Tomé el papel para mostrárselo a mi madre que lo había guardado dentro del libro al reconocer la letra del maestro al cambiarme el pantalón. Le dije que no me había despedido de Ramoncito, tal vez el barco pegaba la vuelta, pensé.
Partiendo de Río de Janeiro el barco hizo otra parada más, en Brasil, en el puerto de Santos donde estuvo un día cargando sus bodegas con cachos de plátanos, cargamento destinado a la Argentina. Saliendo de Brasil y entrada la mañana del día siguiente llegaba el barco en los alrededores del puerto de Montevideo, capital del Uruguay, último puerto antes de llegar a Buenos Aires, Argentina.
El mar ya no estaba presente y tampoco me importaba mucho. A mi madre y a los demás pasajeros que eran emigrantes como nosotros hacia Argentina, el agua amorronada del Río de la Plata, con su longitud y anchura, les parecía un mar marrón. Alguien me dijo “¡No, pibe… galleguito! Este es el Río de la Plata". Pensé que era como el pequeño riacho que cruzaba Finisterre, que dividía el pueblo en dos, "Cabo de arriba" y" Cabo de abajo", que servía él mismo para sumidero de las casas. Luego desembocaba sus aguas en el mar.
Serían cerca de las diez de la mañana cuando el barco atracó, en el puerto de Buenos Aires. Era el 20 de junio, Día de la Bandera en Argentina, a un día del solsticio de Cáncer y con ello el comienzo del invierno en esa parte del mundo. Nos estaba esperando mi Padre, que trabajaba de marinero junto a otros paisanos y pescadores de otras partes de Galicia en barcos mercantes de la flota argentina, siendo muy apreciados en su oficio por su gran experiencia en el mar.
Luego de los emotivos abrazos y besos nos dividimos en dos coches de alquiler regenteados por mi Padre y nos dirigimos hacía la casa de mi tía, pasaríamos ahí una semana hasta poder habitar una casa que mi padre había alquilado. “¿¡Vamos para la casa Avellaneda!?”, pregunté a mi hermano. “¡No, a Wilde!”, me contestó. Insistí… “¿¡Y Avellaneda, no es donde viven todos los que vinieron de Finisterre!?”. El chófer del auto con una sonrisa, que era también gallego, empezó a explicarme que era Avellaneda “Es un distrito”. Y entonces entendí el asunto un poco desilusionado.
Luego de una hora de viaje, llegamos en Wilde a la casa de mi tía y primos. En la puerta de la casa con una amplia sonrisa y ojos brillosos estaba mi abuela junto a sus otros nietos, feliz como una pastora, luego de haber juntado todo el rebaño. Tendría posteriormente tres nietas más nacidas en Argentina, dos por parte de mi tía y una por parte de mi madre, siendo diez el número total de nietos a los cuales conoció, partiendo de este mundo rodeada del afecto de casi todos, uno de ellos ya había partido de este mundo, gallego él, en plena edad juvenil.
“¡A la tierra que fueras haz lo que vieras!” Una cita bíblica que como consigna nos repetía mi madre para que nos adaptásemos a las nuevas costumbres que tendríamos que vivir, cuando alguno de nosotros se quejaba por algo, agregando con voz baja y firme
para que agudizáramos el sentido del oído, además las cosas importantes se dicen sin gritar- “¡Y no se olviden que son gallegos!...¡Que somos gallegos!! Así que ala (vamos) y nada de peros!! Ya me darán nietos argentinos!!” Como dije, con el pasar del tiempo tendría una hija argentina, bonaerense.
Estuvimos viviendo cerca de diez días en la casa de mi tía, días estos que nos ayudaron a adaptarnos a las nuevas costumbres con las cuales tendríamos que convivir de ahí en más, aprovechando la experiencia que ya tenían mis primos y tíos. Nos mudamos a la casa que mi padre había alquilado y que estaba ubicada la misma en Sarandí, que es también Avellaneda. Se trataba de una vivienda de chapa y madera con dos habitaciones, de las cuales una sola era para todos nosotros, la otra habitación era alquilada por un hombre que vivía solo. Había un retrete y una cocina pequeña que compartíamos con él.
Las visitas de paisanos comenzaban a llegar unos para darnos la bienvenida y preguntarnos por sus seres queridos que quedaron en Finisterre. Algunos se retiraban con su pequeño paquete, llevando el mismo como el más apreciado tesoro. Claro! el pescado sin un prebe, que es una salsa que se prepara para el pescado… agradeciéndole a mi madre por habérselo traído. A los pocos días de mudarnos, mi padre tuvo que marcharse embarcando hacia otro viaje. Estaría ausente de treinta a cuarenta días, según el derrotero del barco.
Una noche “¡Miuuuiiiu! Fiiuuiuiu! ¡¡ Fiiisssh!!” “¿¡¡Que dí (que dice)!!?” era la pregunta que todos le hacíamos a mi hermano que, apoyando su oreja en la pared, escuchaba los ruidos que venían de la habitación del otro inquilino. Como vivía solo pensábamos que se estaba quejando por algún dolor físico. “¡Creo que… Fuuu” “Ah! Fuche!!”. Le estaba hablando al gato. De ahí en más, a pesar de llamarse Antonio, para nosotros sería Fuche. Su familia estaba en la provincia de Corrientes, en el noreste de Argentina, y él por motivos de trabajo estaba viviendo en esta parte del país. El gato le servía de compañía. Le gustaba la bebida, habiendo que soportar algunas noches sus estados etílicos, poniendo la música a todo volumen, dando gritos al ritmo de un chamamé. De tez morena, de bigotes largos y finos, ojos saltones, estatura mediana y robusta, abundante cabellera. Se mimetizaba con su gato en una extraña simbiosis. Cuando este se perdía… me refiero al félido… la persona que conocía a Fuche le traía el gato o le informaba su paradero. Me pregunto en cuantas noches de borrachera y bajo el efecto del alcohol, se habrá acariciado el bigote, peinado su cabellera, mirando al gato creyendo ver su imagen reflejada en un espejo. En fin.
Con mucho esfuerzo y ahorro mi padre pudo comprar una vivienda, no muy habitable, pero se fue construyendo de a poco, hecho este muy común a todos los inmigrantes en el lugar donde viviríamos, Villa Dominico… también Avellaneda.
Y quedan muchos recuerdos de Argentina para contar...
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