Argentina Mundo - La Lección de un Papa, por Luis Buceta Facorro

El profesor Luis Buceta Facorro, de Barcia, en la pontevedresa La Cañiza, Galicia, radicado en Madrid desde muy joven, ha ocupado diversos e importantes cargos, escrito muchos libros sobre psicología y sociología, sus dos formaciones universitarias sobre las que ha dictado clases en Universidad Complutense y en la Universidad Pontificia de Comillas, ambas en la capital de España. En esta última, aún en activo. Ha preparado esta apreciación sobre la renuncia del Papa Benedicto XVI para Argentina Mundo.
La Lección de un Papa
Por Luis Buceta Facorro
En un inesperado mensaje, el 11 de Febrero de 2013, el Papa Benedicto XVI, lanzó en latín, el anuncio de su renuncia como Obispo de Roma, “con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma. Os doy las gracias de corazón (...) y pido perdón por todos mis defectos”. Esta decisión histórica la basa en la falta de fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio que le fue encomendado que implica afrontar cuestiones de gran relieve, que, indudablemente, compromete complejas y significativas decisiones. “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio de Pedro”. Hay toda una lección reiterada en estas palabras, pues el hombre solo ha de responder ante Dios y su conciencia, es una lección de libertad que, es posible que no se ha querido entender por muchos ámbitos católicos.
Ya en 2010, publicó un libro titulado “El Elogio de la Conciencia”, y ahora, lo ratifica con su conducta, tomando una decisión de relevancia histórica y de efectos muy significativos, examinando su conciencia. Y todo ello “con plena libertad”. A la libertad no hay que ponerle adjetivos, es un concepto pleno que solamente tiene, en principio, el límite de la responsabilidad. En la intimidad del hombre no puede tener más límites que la responsabilidad. Decisión, pues, ante Dios, en conciencia, en libertad y con responsabilidad.
A la grandeza de esta decisión se añade la valentía y la humildad. Valentía por tomar una decisión prácticamente sin precedentes, contra el criterio de muchos y la sorpresa de todos, sabiendo que crea un precedente inmediato que afectará a la vida de la Iglesia. Humildad, porque una persona de su talla intelectual y en la cúspide máxima del poder, como vicario de Cristo en la tierra, sobre una Institución de mil quinientos millones de fieles en todo el mundo y con una influencia, intelectual, moral y espiritualmente de repercusión universal, sea capaz de renunciar a esa posición por considerar que “ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio de Pedro”, representa una humildad de una gran hondura espiritual y humana, y así, también, se convierte en un ejemplo para los que en uno u otro grado, tienen puestos de poder, ¿Qué Obispo, si no estuviera establecida su renuncia a los 75 años, lo haría?.
Pero hay otra matización en su renuncia que implica una visión de la realidad actual, que debe afrontar la Iglesia. “En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve, es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. Reconoce y manifiesta que su vigor, “en los últimos meses ha disminuido en tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
El Papa acaba de prestar un gran servicio a la Iglesia y al catolicismo, no estamos ante una claudicación de conveniencia, sino ante un acto consciente de servicio a la Iglesia que necesariamente ha de tomar, sin perder mas tiempo, decisiones duras para algunas mentes, pero imprescindibles, si quiere seguir siendo sal y luz del mundo.
Precisamente, en el Angelus del domingo 17 de febrero 2013, en una de sus últimas comparecencias, ha señalado que “la Iglesia llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, renegando del orgullo y el egoísmo para vivir en el amor”, y, refiriéndose a las tentaciones de Cristo, advierte como “el núcleo central de las tentaciones consiste en instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando mas importancia al éxito o a los bienes materiales”, pues “el tentador es falso. No induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien”.
Frases y profundas palabras para aquellos que en la Iglesia buscan el poder y el control de los individuos y de las sociedades, en vez de buscar vivir en el amor, respetando la libertad y la conciencia. Parece que desde el Vaticano II, estas tendencias se manifestaron permanentemente y se traduce en dos actitudes contradictorias; una cómoda e inmovilista o con pequeños cambios de imagen y otra abierta que busca una adecuación a los tiempos y las necesidades concretas de las personas concretas.
Es evidente que, cada vez más, hay una gran dificultad para explicar el Evangelio al mundo de hoy, y menos a todos los ciudadanos de un planeta, con diversas culturas, que exigen concreciones y no meramente abstracciones. No se puede seguir “instrumentalizando a Dios para los propios fines”, aduciendo que es el camino del bien, porque el tentador nos induce “hacia un falso bien”. La llamada a renegar “del orgullo y el egoísmo”, es una llamada a los mas responsables en el gobierno de la Iglesia, para que dejen sus pequeñas y personales ambiciones e intrigas que, indudablemente existen en lo que el Vaticano tiene de político.
Por eso, no están descaminados los que aducen como razón la decepción y el cansancio que le han producido “las profundas heridas que un teólogo de su talla sufrió cuando decidió bajar a las bodegas oscuras, donde reconoció verse rodeados de lobos”. (Bieito Rubido). Así mismo la de aquellos que piensan que vivió los años de la decadencia, heroica y encomiable, de Juan Pablo II, con posibles efectos negativos para el gobierno de la Iglesia, dentro de las pugnas e intrigas de personajes que no siempre actuaron en la dirección correcta y que supone un desgobierno que este Papa, ante su falta de vigor, que cada vez sería mayor, ha querido evitar, con este gesto inédito y valiente que es una llamada de atención ante la intriga de una curia romana en la que parece que Benedicto XVI “se entendía poco o nada”.
Hay otros que la consideran negativa y frustrante. “La renuncia de un Papa es un hecho de extrema gravedad y un motivo de profunda preocupación para los católicos conscientes; y quien diga lo contrario miente...Escribo estas palabras consternado, porque creo en la naturaleza sobrenatural del ministerio petrino...y creo que la voluntad personal de un Papa declina ante la misión que le ha sido encomendada”. (Juan Manuel de Prada) .El que ha escrito esto llegó a decir en televisión que estaba decepcionado, porque Cristo no se había bajado de la cruz y consideraba como un ejemplo el comportamiento de Juan Pablo II, pero, también, y lo digo en su honor, en escritos posteriores sobre esta renuncia, dulcifica su posición acercándose a la comprensión.
Pero hay la postura de aplausos y satisfacción porque representa una lección y un paso en el empeño de Benedicto XVI por modernizar la Iglesia, “una reafirmación mas de su empeño de racionalizar la fe y, por tanto, hacerla mas auténtica, más influyente, mas hermosa, mas creíble”.(Bieito Rubido). Entre estos últimos me encuentro. Esta última es mi posición personal.
El futuro queda abierto a la esperanza y a una acción positiva que significa que “mas allá de teorías, teologías y situaciones locales el espíritu y la letra del Concilio Vaticano II se debe convertir en su criterio y directriz. En los cincuenta años transcurridos ha habido una recepción alterada, hecha mas a la luz de los medios de comunicación –por necesidad son simplificadores – y no a la luz de sus textos. Ahora debe comenzar una serena recepción espiritual, teológica y pastoral”. (Olegario González de Cardedad).
La universal redención de Cristo, exige del cristianismo estar al servicio de todos los hombres y, en este sentido, es la única religión, con vocación universal, que no se impone por la fuerza sino que se ofrece y propone, libremente, el que considera que le es válida la acepta en su camino hacía Dios. Ello exige un bajar a la realidad del cambiante y dinámico mundo de hoy, ofreciendo posibilidades a todos, desde la concreción de los problemas y necesidades concretas de las personas.
Como señaló el obispo africano Ndongmo, de Camerún; “la Iglesia no puede llevar a los hombres al cielo como sí la tierra no existiera...Si Dios se encarnó para salvarnos, no podemos admitir el divorcio entre nuestra vida religiosa y nuestra vida real de cada día”. Por todo ello, “la Iglesia que desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad”, (Benedicto XVI), ha de ser para las personas posibilidad y nunca obstáculo, ha de acoger y no rechazar. Frente a los que en vez de ir por el camino de la responsabilidad, buscan el fácil de la prohibición y el castigo considero que el cristianismo representa la alegría de caminar por la vida con firme esperanza. Es el momento de la libertad personal con las consecuencias de la responsabilidad, que implica autocontrol y autoexigencia. Es el momento de apelar y desarrollar la conciencia.
Precisamente, una semana antes de este revolucionario e insólito anuncio he recibido un Cuaderno de “Cristianismo y Justicia”, nº 82, titulado “Hace cincuenta años hubo un Concilio” y al final, presenta un apartado de cuestiones pendiente en las que, además de las referentes a las reformas internas en el gobierno y organización de la Iglesia, baja a los problemas corrientes del vivir hoy y de las personas y señala:
“Profunda revisión de la doctrina oficial sobe control de natalidad y anticonceptivos; debe repensarse seriamente desde la antropología, psicología y ciencia moderna la sexualidad, homosexualidad, relaciones prematrimoniales, comunión de divorciados vueltos a casar, lo mismo que muchos temas de bioética que necesitan un mayor diálogo con la medicina y genética”.
El futuro es arduo, pero apasionante, y la lección del Papa Benedicto XVI, nos ofrece la ocasión de afrontarlo con ilusión y esperanza, en una actitud de apertura, de recogida y oferta, sin miedos ni temores. Para ello, además de “renegar del orgullo y egoísmo”, hay que recordar las palabras dirigidas a los miembros del Concilio Vaticano II, por el Papa Juan XXIII: “Llegan a sus oídos ciertas insinuaciones que emanan de hombres de ardiente celo, sin duda, pero carentes de amplitud de espíritu, de discreción y mesura, que no ven en los tiempos modernos más que prevaricación y ruinas. Esta gente pretende que nuestra época ha empeorado mucho con relación a otras anteriores. Se comportan como si no hubiesen aprendido nada de la historia, que es, no obstante, maestra de la vida como si antaño triunfaran plenamente el pensamiento y la vida cristianos y la justa libertad religiosa. Nos parece necesario manifestar nuestro desacuerdo con esos profetas de la desgracia que siempre están anunciando calamidades y, casi la inminencia del fin del mundo”
Que Dios Bendiga a Benedicto XVI e ilumine al Cónclave y al nuevo Papa elegido.
Luis Buceta Facorro
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