• Rolando Hanglin en Argentina Mundo - El boxeo está de moda - Diario La Nación

    Vez pasada este colega porteño, Rolando Hanglin, se ha apoyado en un reportaje que me pertenece realizado a Armando Puente y referido a su libro sobre los hermanos del General San Martín. Fue en agosto 2011 en el diario La Nación de Buenos Aires , Argentina,  con citas específicas al origen de la nota. Hoy somos nosotros quienes remitimos a su artículo sobre el boxeo.

    Eduardo Aldiser
     

    El boxeo está de moda

    Por Rolando Hanglin | Para LA NACION 

     

    En la Edad de Piedra, los hombres sin duda se ejercitaron en destrezas primarias como correr, nadar, lanzar una jabalina, levantar grandes pesos, lucha entre sí con puñales o espadas y -también- golpearse con los puños. El boxeo pertenece, pues, a la élite de los deportes más antiguos. Aquellos que el hombre primitivo practicó para ganar los favores de una hembra, apoderarse de un territorio, cazar una presa comestible, obstruir la entrada de una gruta, etc. Por eso se habla de los “púgiles” desde la antigüedad más remota. El puño cerrado es un arma que el varón posee con sólo cerrar los dedos de una manera adecuada, para golpear con los nudillos, y a partir de esta simple constatación se van elaborando posturas de ataque y defensa, movimientos reflejos de la cintura y el antebrazo, hasta cristalizar en aquello que conocemos como boxeo.

    Aprovechando que, por una vez -¡quien lo diría!- el boxeo está de moda, quisiera transmitir a los lectores la vivencia que este deporte contiene, ya no como espectador sino como deportista.

    Boxear te hace sentir vivo. Como los deportes extremos (alpinismo, parapente, kayak en los rápidos y otros que, en su momento, prejuzgué absurdos) el hombre se ve enfrentado a sus posibles recursos de ataque y defensa

    Practico boxeo desde los 14 años y hoy, con 65, lo sigo haciendo. A medida que transcurre el tiempo, las facultades técnicas cambian, y mucho más las físicas. ¿Qué es lo bueno de boxear?

    Boxear te hace sentir vivo. Como los deportes extremos (alpinismo, parapente, kayak en los rápidos y otros que, en su momento, prejuzgué absurdos) el hombre se ve enfrentado a sus posibles recursos de ataque y defensa. Se encuentra solo, en un terreno acotado que llamamos “ring” frente a un rival, también solo. El rival lanza golpes que no vemos. A veces, con un poco de suerte, iniciamos el movimiento defensivo antes de que el golpe venga hacia nosotros, y lo “barremos”, “bloqueamos” o “esquivamos”. Todo golpe puede evitarse con un oportuno paso atrás, pero esto significa mover las piernas, que poseen los músculos más grandes del cuerpo humano. Por lo tanto, cualquier movimiento que hagamos con las piernas consumirá buena parte de nuestro oxígeno. Además, nadie gana una pelea retrocediendo sin parar: a lo sumo puede huir de manera decorosa. Muchas veces el púgil se encuentra ante la siguiente disyuntiva: mi rival está lanzando “crosses” de izquierda y derecha. Llegan firmes a mi mandíbula y a mis cejas. Debería hacer algo, de manera más bien urgente, porque los golpes me duelen y me aturden. Pero sólo se me ocurre quebrar la cintura, para que pasen sobre mi cabeza. Queda muy bonito y a veces sale bien, pero cansa enormemente.Entonces, el púgil debe negociar consigo mismo. ¿Qué es preferible, recibir el golpe o hacer una perfecta rotación de cintura, con las piernas apenas flexionadas, como mandan los libros? Esto último sería lo ideal, pero a la salida del movimiento uno se encuentra corto de oxígeno, respirando con dificultad, sobre todo si debe repetir los movimientos de cintura. Entonces, a veces, el púgil elige recibir el golpe en lugar de esquivarlo o cubrirse: hace menos daño.

    Lo he visto muchas veces en los boxeadores mejicanos: uno advierte que saben esquivar, que poseen magníficos movimientos de defensa y bloqueo, pero prefieren recibir el golpe, reservando fuerzas para pegar más duro, antes que agotarse en contorsiones defensivas.

    Todo es una cuestión de economía de movimientos. El buen boxeador efectúa los quites y barridos más sencillos, los pasos más cortos, los golpes de mejor factura técnica, que son los que consumen menos oxígeno. Como resultado del ballet que efectúan ambos púgiles, se golpean una y otra vez en la nariz, el entrecejo, la mandíbula, las orejas y la parte frontal del torso. Allí se encuentran los puntos neurálgicos que pueden producir un K.O. fulminante: la punta del mentón y el hígado. El golpe aplicado en el extremo saliente de la mandíbula, si aterriza con suficiente potencia, provoca un visible sacudón de la caja craneana -conectada con el maxilar por la apófisis zigomática- y desencadena una serie de fenómenos: falta de equilibrio, debilidad de las rodillas, movimientos sin control.

    El boxeador así tocado está “groggy” y suele terminar en la lona. En cambio, el golpe aplicado mediante un gancho de izquierda en cierto lugar conocido como “la punta del hígado” produce una caída a cámara lenta. El boxeador así golpeado retrocede un paso, luego vacila, luego se le doblan las piernas, hace un gesto de dolor y se arrodilla en el tapiz, con el tren inferior paralizado. Algo parecido puede suceder con un golpe poco frecuente: el directo al plexo solar.

    De todas formas, la vivencia del boxeo no conduce casi nunca al K.O. Se trata de golpear sin ser golpeado, poniendo en marcha todo un conjunto armonioso de movimientos sincronizados, que permiten el ataque y la defensa. Pero la experiencia fundamental es recibir el golpe. El hombre aprende, así, que un golpe no es nada. Simplemente, un impacto que se recibe en la cara o el cuerpo. Y otro, y otro, y otro. Pero seguimos respirando, seguimos vivos.

    Rolando Haglin, periodista y escritor argentino con columna propia en el Diario La Nación de Buenos Aires, ArgentinaPodemos asimilar lo sucedido y volver por más. Podemos golpear al mismo tiempo que recibimos castigo, podemos desafiar el fuego enemigo, con los ojos bien abiertos, recibir una lluvia de mamporros bien colocados… que no harán mayor daño. A lo sumo, caeremos en la lona. No se puede caer más abajo. El árbitro sólo cuenta hasta diez. Es todo. Y luego llegará el alivio. Ya terminó. Gané o perdí. Pero estoy vivo.

    Se trata de golpear sin ser golpeado, poniendo en marcha todo un conjunto armonioso de movimientos sincronizados, que permiten el ataque y la defensa

    El boxeador que no tiene la cara marcada, no boxea: caza mariposas, pero no boxea. La experiencia consiste en participar del “in-fighting”. Golpear y ser golpeado por un hermano cuya transpiración nos empapa, su sangre nos mancha, su abrazo nos fatiga. El boxeador no siente asco del cuerpo de otro hombre. Es un hermano.

    Durante muchos años, el boxeo ha sido rodeado por una leyenda negra, edificada en gran parte por periodistas que nunca boxearon, y por el cine. Las películas de boxeo se parecen tanto al boxeo como un “western” puede parecerse al verdadero Far West. O sea, nada que ver. Los boxeadores no golpean como Rocky, no caen como Rocky, no piensan como Rocky, ni sienten como él. Es otra cosa.

    Durante décadas nos hemos acostumbrado al discurso de que los boxeadores son todos tarados, hombres primitivos llenos de violencia, explotados por sus apoderados mafiosos, condenados al alcoholismo o a un final trágico. Gracias al torrencial boxeo femenino que nos invade, nuevos públicos aprecian este noble arte atlético con una mirada distinta. Lo debemos a Marcela “Tigresa” Acuña, a Yessica “La niña bonita” Bopp y a Carolina “La Turca” Duer.

    Además de otros púgiles como Oscar de la Hoya y Sergio “Maravilla” Martínez, que ponen de manifiesto una obviedad: no todos los boxeadores son brutos ni mucho menos. El pugilista normal es un hombre dulce, sencillo, emparentado con el artista de teatro o de circo, que ama el aplauso más que el dinero, que juega constantemente al límite de sus fuerzas, su habilidad, su entrenamiento, sus reflejos aprendidos. Un artista. Como todo artista, respeta el arte de los otros. En el auténtico boxeo no caben la jactancia, la payasada, la burla, el juego sucio.

    No he querido hablar del boxeo profesional que permite a millones de muchachos (el 90 por ciento, de raza negra) alzarse desde la miseria y conquistar un lugar bajo el sol, aunque no sea como millonarios. Simplemente, una casa, una familia, buenos amigos, una cálida popularidad que hace bien al hombre. Esto ya es otro tema y sólo quise explicar lo que se siente boxeando.

    En cuanto a la vieja cantinela de las “secuelas”, no hay deporte sin secuelas. Las más terribles, las del automovilismo, donde no sólo se matan los deportistas sino también los espectadores. Pero -desde ya- el deporte es un ejercicio de riesgo. En el rugby, en la lucha, en el fútbol… ¿Algún lector ha visto cómo caminan los ex-futbolistas, a los 50 años?  ¿Qué tal quedan los pies de una bailarina después de 30 años de ballet? Y sin embargo, ¿valió la pena?

    Sí, vale, y se transmite cuando el espectador abre los sentidos. Descubre entonces que un combate de boxeo en vivo (bueno o mediocre) es vida real, mientras que la inmensa mayoría de lo que se proyecta en la tele… es de plástico. Estas cosas he querido transmitir, sobre el boxeo.

    Rolando Hanglin

    Ha nacido en 1946 en Ramos Mejía. Desciende de dos familias antiguas de lo que antes era un pueblo de la Provincia. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Cursó Estudios de Antropología Asiática de la Universidad de El Salvador. Ejerce el periodismo desde hace 45 años. Fue director y jefe de redacción de revistas como "Para Tí", "Goles" y "Satiricón", desempeñándose como columnista de "Gente", "El Gráfico" y muchas otras. Desde 1978 trabaja en radio. Tras 23 años en Radio Continental, conduce su propio espacio por Radio 10 a partir de enero de 2007. Publicó siete libros, el más conocido de los cuales fue "El Hipie Viejo". Tiene tres hijos, estuvo casado dos veces y vive en pareja con Marta Elena Ibáñez Vidal del Carril.

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